Nueva casa, nuevo nombre, evolución: Postfuturear

¡Buenas!

Sigo avanzando con el proyecto, y después de meditar sobre los primeros meses de vida pública de Futuros Quebrados (contando desde la presentación en la Eurocon 2016), sorprendentemente me han ido pasando diversas situaciones vinculadas al proyecto de investigación que le han dado más vida, a destacar alguna colaboración como la que ya había compartido hace un mes y medio con Efraín Foglia-Futurnet y el CCCB, así como mi vinculación y trabajo en un grupo de investigación, Dimmons, del IN3-UOC. Éste último ha dado al proyecto un importante acelerón (y en cierto modo un abrazo emocional), hasta el punto que han apoyado mucho mi primer artículo académico (paper, en la jerga) ha sido presentado a una revista indexada como parte del grupo (quiere decir que es algo así como muy académico y «oficial») que tratarán el tema de los futuros y por el momento sólo puedo decir que está en proceso de revisión -son procesos largos, largos, y no tenemos idea de cuando se publicaría, ¿posiblemente hacia enero?

En fin, sin rollos, la situación es que debido a esto y que continuo pensando, leyendo e investigando en la medida de lo posible sobre futuros -escribiendo menos de lo que me gustaría-, pensé que ya era hora de pasar a la siguiente etapa de Futuros Quebrados: cuando se acepta que los futuros se han roto, y que los procesos de pensarlos e imaginarlos se han obsoletado, y aparecen nuevas formas, comienza el Postfuturo (palabra que emplea, creo que por primera vez, Franco Berardi «Bifo»). Además, quería dotarle de una perspectiva un pelín más amplia y que no denotase tanto pesimismo como «Futuros Quebrados». Más aun, de ahí que le he dado un nombre en forma de verbo, acción, porque la idea es proporcionar reflexiones, análisis y quien sabe si más adelante herramientas para pensar juntas y juntos el futuro en este siglo XXI tan incierto. Y lo principal: era hora de quitarle la extensión wordpress.com 🙂

¿Estás conmigo? Pues esta es la nueva casa: www.postfuturear.com (¡con dominio y todo!). Todo el contenido que está aquí, que por el momento no es mucho, lo encontrarás allí. La idea es que en un par de meses le haré un apagón a esta vieja casa. También encontrarás una newsletter con la que podrás enterarte cada vez que publique algo nuevo. ¡Nos vemos por allí!

www.postfuturear.com

Diseño ficción. Talleres Futurnet en CCCB Educació y artículo en CCCBLab

Esta semana he tenido el lujo, honor y placer (todo así en este orden) de participar de varios contenidos para el CCCB vinculados a una técnica de especulación más aterrizada y vinculada con las nuevas formas de entender y «ver» el futuro.

Se trata del diseño ficción. Tenía intención de hablar tarde o temprano de ello, en tanto que es una pieza troncal relacionada con las nuevas concepciones del futuro, y las nuevas formas de construirlo. En el blog del CCCBLab podrás encontrar en català, castellano e inglés una introducción sencilla sobre qué es. Retrocediendo a la charla de noviembre,  me atreví incluso a anunciar que, también viendo la situación y grado especulativo de la literatura y cine de ci-fi enquilosado en imaginarios de hace cerca de un siglo (con excepciones contadas), el diseño-ficción es la nueva ciencia-ficción.

Diseño ficción: prototipando futuros deseables

El diseño ficción nos permite imaginar y explorar de forma crítica las posibilidades del futuro a través de objetos tangibles.

Léelo completo aquí

 

Por otro lado, fui invitada por el fantástico máquina Efraín Foglia (Guifi.net, MobilityLab, ELISAVA y otros muchos sombreros, es fantástico) a participar en las dinámicas de unos talleres de diseño-ficción para la parte de educación del CCCB, específicamente para adolescentes de ESO como actividad educativa. No sabéis qué felicidad -insospechada, para mí misma- trabajar con chicas y chicos de esas edades, a los que mal se les atribuyen superpoderes de estar al día de todas las nuevas tecnologías (lo recomprobamos con ese taller)- y que, en unos años, serán los adultos que entrarán en las fuerzas del trabajo. Volátiles y dinámicos, y con ganas de hacer cosas divertidas.

Les hicimos una dinámica rápida de dos horas, y acabaron realizando un prototipo borrador de aparatos, y sólo en un caso, de un plan político basado en acción pública, para escenificar futuros más constructivos, o acelerados, de Internet. Fue estupendo experimentar con ellos y ellas el «músculo» de futuro, como le digo, que es aquella capacidad de tratar de imaginar y especular escenarios de futuro, tras haberles introducidos teoría de los conos, de que el futuro no es un lugar al que vamos, destino singular inescapable, sino que no existe y depende de nosotros de cómo será.

Las nuevas técnicas para anticipar y especular tienen posibilidades de aplicación social muy «sexys». Seguiremos trabajando, en la medida de lo posible, en ello!

De futuro singular a futuros en plural: los conos

¡¡Si llegaste a este artículo para entender qué es y cómo funciona el cono de futuro, desplázate hacia abajo!!

Parte de la tesis de Futuros Quebrados radica en la transformación del concepto de futuro, dado a lo largo del último tercio de siglo XX, y que impacta de pleno en la crisis cultural que vivimos hoy en día respecto a nuestro futuro, y, de nuevo, sobre el concepto o idea «futuro».

Si pensamos en el futuro desde una lente «pop», podemos pensar que hablar de futuros es como el que habla de Star Trek o alguna que otra movida nerd carente de trascendencia social. Pero si observamos el papel que tiene el futuro en nuestra mente colectiva, de nuestros tiempos, por no decir «cosmología contemporánea», hablar de que dicho concepto está cambiando implica que otros paradigmas e ideas clave de nuestros tiempos están cambiando desde lo profundo.

El futuro significa y ha venido significando aquel espacio donde se sitúan nuestras utopías modernas y que, al menos antes de los años 70, anhelabamos alcanzar: deseos y sueños de progreso social, tecnológico y cultural culminados gracias al empeño humano. Por tanto, está ligadísimo con lo que a algunos académicos de lo cultural y social gusta llamar el «subconsciente colectivo». Vaya, que se enlaza con temas muy profundos y muy variados.

Sobra decir a estas alturas que desde los años 60 y 70 el futuro se veía, incrementalmente, sino escépticamente pues de manera nihilista (ese «No future» punk que para algunos entendidos y culturetas «caracterizó toda una generación», claro). Pero en ámbitos como la empresa, los gobiernos o el diseño, el futuro no fue un tema desechado, todo lo contrario. Desde esos años, las metodologías de pronóstico y anticipación estratégica han evolucionado bastante, parejas a medianos avances teóricos en el asunto y pequeñas transformaciones filosóficas. Pero para otro día dejaré las historias de este campo.

Nos quedaremos por el momento que una de las transformaciones más importantes que el concepto futuro sufrió en las últimas décadas no es tanto la visión nihilista (de eso ya había en menor grado hasta en el siglo XIX). Fue la ruptura con la visión lineal de la Historia.

No hablo de las teorías «post-Historia». Hablo de la concepción de que nuestra existencia se tendía en un único plano o línea temporal, concebida como «Historia», y que desembocaba en nuestro presente, proyectándose hacia un más o menos desconocido futuro, un lugar al que todos íbamos de manera irrevocable, de la que no podíamos escapar. Esta idea estaba emparentada con una visión judeocristiana de la inescapabilidad de un destino ya escrito previamente.

Gráficamente sería como lo que «Doc» de «Regreso al Futuro» dibujaba: una línea tiesa sobre una pizarra con un puntaco «Usted está aquí» en medio. Pasado a la izquierda, futuro a la derecha, como el que lee una oración. La ruptura de la que hablo, en cambio, es un pelín parecida a lo que a continuación dibuja Doc: una ramificación para abajo desde el pasado, como una metáfora visual de lo que podía ocurrir si se cambiaba algo de la Historia, con consecuencias en el futuro. Vale, pues ahora imagínate que a la ecuación le quitamos el «Que pasaría si»… Suena complicado, pero para ello tenemos los conos de futuro.

Fuente original del cono perdida por Internet, una de las mil versiones

LOS CONOS DE FUTURO

Los conos de futuro son una representación gráfica y una herramienta de trabajo muy utilizada, hoy en día, en el campo de la anticipación estratégica, así como en el diseño especulativo y el desarrollo avanzado de productos. Como representación gráfica, con sus diversas variantes, se basa en que (y aquí está la gran transformación paradigmática de la que hablaba) no existe un único futuro, un destino pre-escrito al que nos dirigimos como especie y de la que algunos tienen un opaco y divino deber de llevarnos. El futuro es un campo con múltiples ramificaciones, y por eso se está dejando de hablar del futuro en singular, para hablar de elloS en plural.

Taxonomía de futuros puesta sobre un cono más sencillo, con este podemos comenzar a entrar en la interpretación de este cambio de paradigma.
Fuente: Raby & Dunne, 2013, a su vez, inspirado en el trabajo de Stuart Candy

 

En el ángulo del cono se sitúa el presente, y se proyecta, abriéndose, hacia el futuro (de nuevo, hacia la derecha, para entedernos). En este cono se representa toda una franja de futuros probables, otra de plausibles, otra de posibles, otra de deseables o preferibles.

  • Futuros probables: son aquellos en los que las tendencias y los cálculos estadísticos, así como las tendencias emergentes y macrotendencias apuntan a qué podría ser. Cuantitativamente (si es que se puede) son poquísimos. Dadas las condiciones económicas, la instalación de IAs en ámbitos del trabajo sería un futuro probable, por ejemplo
  • Plausibles: son futuros que por motivos sociales, políticos o económicos son menos probables de suceder, pero cuyo conocimiento ya lo tenemos como para poder aplicarlo y desarrollar así nuevas tecnologías, nuevas posibilidades políticas u organizaciones sociales. Por ejemplo, un futuro plausible (que va moviéndose a probable tímidamente) sería un cambio a modelos más colaborativos (a nivel de governanza), casi procomunes
  • Posibles: que no serían no-familiares de  que sucediesen, pero que para ser realizables necesitarían un cambio muy drástico o la obtención de conocimiento nuevo para desarrollarlos
  • Deseables o preferibles: son aquellos futuros que, tanto probables, posibles o plausibles, son deseados por algún colectivo, ya sea un gran grueso de la humanidad, ya sea una élite (es aquello de «utopía de unos, distopía de otros»). Esta franja es reveladora porque, aunque sea cualitativa, implica que mucho deseo y sobre todo energías pueden estar puestas en esta dirección
  • Improbables, alienígenas, «Dimensión desconocida»: esta es mi zona personalmente favorita, y es aquella que, dados nuestros conocimientos e imaginarios, nos son imposibles de visualizar e imaginar. Pueden ser materia por ejemplo de creación fantástica, de la ciencia-ficción más bizarra e innovadora, del diseño especulativo y crítico, del terror cósmico lovecraftiano, y sobre todo de la filosofía contemporánea

Existen una diversidad de propuestas. La que ahora presentaba está obsoleta porque, por ejemplo, disocia los futuros deseables del resto, y es bidimensional (todo sobre un plano, mientras que la realidad es más impredecible). Algunas propuestas sitúan el vértice desde un solo punto, entendiendo que el cono está visto desde el punto de vista de quien lo está trabajando (la diseñadora, el futurista, la empresa…). Otros optan por comenzar el cono desde un corte transversal, entendiendo que el futuro es algo colectivo, es la mirada de muchos.

Como me gustaría tratar esta herramienta más adelante, dejaré para otro momento las aplicaciones y metodologías en las que se emplean. Aquí la idea es, a través de esta representación actual (casi repetitiva y sobada en los mundillos de la anticipación profesional) explicar el tipo de cambio más importante que ha habido en las últimas décadas sobre el concepto «futuro»: no tenemos delante de nosotros un único camino al que tenemos el deber y la inevitabilidad de ir hacia su destino, sino que ante nosotros se presentan, con cierta incertidumbre, diversos caminos cuya efectibilidad depende de diversos factores, incluyendo la energía política, social y tecnológica que le pongamos colectivamente, así como factores exógenos que no tenemos mucha injerencia. Los futuros, para que se realicen en un presente, dependen de todas y todos.

 

ORÍGENES (o un poco más de explicación) MODO BREVE

Una de las primeras referencias que aparecen son atribuidas por un lado al futurista Joseph Voros (2001-2003), el cual lo ha ido trabajando sin parar desde entonces. En el mundo del diseño especulativo, Stuart Candy (asociado a diversas instituciones norteamericanas de primer orden en el mundillo de los labs y el diseño, como el Situation Lab) es otra de las referencias más aplicadas. Sin embargo, el primero tiene un fantástico artículo en el que explica sus orígenes, y las primeras representaciones gráficas de éste se remontan a los 90 (C. Taylor).

Básicamente, por resumir mucho, se fundamenta en dos transformaciones culturales importantes. La primera procede del mundo de la física teórica, vinculada al relativismo. Existe una representación teórica en el tiempo y el espacio del recorrido de la luz emanada de un evento cósmico, conoido como «diagrama del cono de luz». El punto de vista del observador, otro de esos temas de los que la física y la filosofía siguen investigando contínuamente (si afecta la percepción en la observación, etcétera), situado en el presente, es el centro de los vértices del pasado y del futuro, punto de conexión. Parece remontarse a los años 60 (p.e. Relativity and Common Sense, de H. Bondi, 1964).

Cono de luz en «Relativity and Common Sense». H. Bondi, 1964

La segunda transformación cultural de la que procede es la de la asunción de la incertidumbre, ante cualquier evento dado es incierto el resultado y las implicaciones. Dentro del campo de la ciencia y de la consultoría estratégica se ha hablado cada vez más y más de que vivimos en tiempos posnormales (Z. Sardar), dónde se condensan especialmente los «cisnes negros«, las improbabilidades realizadas en el presente como de imprevisto, más que en otras épocas.

Procede incluso de la sencilla contemplación de que la Historia, en realidad, tuvo múltiples caminos (tecnológicos, sociales, etcétera) que fueron mutados, abandonados y otras posibilidades se convirtieron, en su época, en sus presentes. Por decirlo de otro modo lo más sencillo posible, hoy en día existen múltiples frentes abiertos, y es por ello que se abren diversas posibilidades. Quizá en esto tuvo que ver la frustración de ver ciertas utopías incompletas (la desilusión tras las revoluciones del 1968, la apatía tras la caída del muro de Berlin…), y del desarrollo del pensamiento sistémico o complejo en campos como la política o las ciencias sociales, de nuevo.

Resumiendo, los conos de futuros son una representación gráfica de nuestra concepción del devenir, así como una herramienta estupenda para captar que no vivimos en un escenario dado por unos elaboradores en la sombra, o una fuerza cósmica, sino que tenemos una posibilidad de alterar lo que podría ser en unos años.

 

Fuentes accesibles para rebuscar:

Preparando un primer «paper» sobre Futuros Quebrados

Actualmente, y en mi poco breve tiempo libre desde que estoy asalariada a tiempo completo y comenzando un máster, voy tratando de preparar un primer artículo de carácter académico, aprovechando que la revista HipoTesis lanzó una convocatoria o «Call for Papers» en torno a «Presentes futuribles, Futuros presentables» (aquí más información, el plazo finaliza el 1 de junio). No sé si podré llegar, pero el camino será la mar de interesante en tanto que voy a trabajar y «aterrizar» un poco ideas que tengo en el tintero, y casan bien con la parte de «futuros presentables». Me servirá para avanzar de sopetón en la materia de futuros

Por otro lado, tengo el lujo de colaborar en junio en un taller de escenarios de futuro de Internet, pronto más información. ¡Compartiré reflexiones!

Los retrofuturismos en la época de la decepción

«Nostalgia del futuro, como único lugar.» NOIA, 2016

Los retrofuturismos son un extraño ejercicio cultural, en el fondo: se trata de reimaginar futuros de un pasado ya extinto. Este ejercicio habría sido improbable en el siglo XVIII o en el siglo XIX por motivos obvios: los imaginarios de futuro, y la propia concepción del futuro como un nuevo espacio de utopías para construir se estaban gestando.

En cambio, desde que comenzamos esta era posmoderna, caracterizada por la decepción por algunos sueños utópicos rotos, la desconfianza en el propio género humano, y el deseo de destrozar los grandes relatos (Lyotard) que, por lo visto, se habían quedado obsoletos o inservibles, pues los futuros se veían con nuevos ojos.

Las visiones distópicas o la nostalgia han emergido a lo largo de las últimas décadas como parte del orden del día, y en tanto que se gestaba esta nueva estructura cultural y sistema (la posmodernidad), los retrofuturismos brotaron desde diversos ámbitos, regiones y disciplinas artísticas, como de manera bastante orgánica y espontánea.

 

¿Es nostalgia a secas?

Carteles promocionales de la NASA/KSC, ca. 2014
Carteles promocionales de la NASA/KSC, ca. 2014

Aquí partimos de la siguiente premisa acerca de la nostalgia en la era posmoderna: no todo lo que es retro es necesariamente nostálgico. Una de las peculiaridades de lo posmoderno es la autorreferencialidad o recursividad, es decir, construir su propia forma de ser, sus dinámicas, sentido y estructura en base a su propio trasfondo histórico.

Por eso se dice en muchas ocasiones que la posmodernidad no es tanto lo que viene después de la Modernidad, como si ésta ya hubiera acabado, sino que es una nueva reconfiguración de la Modernidad, o dicho de otro modo, es a lo que el pospunk respecto al punk.

Así pues, responder si los retrofuturismos son nostálgicos o no, con una simple respuesta, es inútil: depende de qué obra o narrativa retrofuturista estemos hablando. Esto lo aseguro tras años de haber papeado libros, películas, cómics y obras diversas.

Puede tratarse de un retrofuturismo que apela a la esperanza por el futuro que, de manera idealizada, atribuímos a la época de Verne o de Asimov (en contraste ala nuestra), o puede tratarse de un retrofuturismo que anhela un futuro inalcanzado, tal como si fuera una nostalgia tipo «Fernweh» -tener nostalgia de un lugar que nunca se ha visitado pero debido a lo que hemos visto, oído o leído nos da ganas de vivirlo.

O puede ser, en cambio, un ejercicio creativo mediante la figura del «What if» o «Qué hubiera pasado si» para reflexionar cómo hemos llegado aquí, porqué ciertos deseos y predicciones no se han completado, o qué  consecuencias habría tenido si el progreso hubiera tirado por otra senda (construyendo por defecto una ucronía o historia alternativa). O, algo bastante típico, una combinación y desviación de esto último hacia una forma nostálgica. Todo depende de la obra, pieza o cosa retrofuturista que analicemos y del objetivo y resultado que el creador tuvo.

Dicho de otro modo, los retrofuturismos acumulan muy diversas motivaciones, más allá de la decepción por los tiempos que corren. Que también.

 

¿A qué nos referimos entonces cuándo hablamos de retrofuturismos?

Es posible que muchos de los que llegan a este blog hayan visto en los últimos años el término asociado a corrientes específicas como el Steampunk hasta el punto de que éste ha fagocitado bastante la palabra. Pero aquí se entienden los retrofuturismos como un conjunto de corrientes que se inspiran, remezclan o deconstruyen visiones de futuro caducadas (paleofuturos), imaginario de alta tecnología de épocas pasadas y estéticas modernas bajo muy diversas finalidades.

Como verás, no nos referimos pues a los paleofuturos o ideales de futuro del pasado así a secas, eso es otra cosa.

 

Propuestas utópicas de futuro que se transmutan en no-lugares políticos

Si nos fijamos en las oleadas de estéticas retro, pastiche y nostálgicas de los últimos años, nos podemos fijar en que cada vez más se acerca hacia el propio presente (siendo la última moda los revivals de los primeros años del 2000, aka del rollo Y2K), cerrando así el círculo de autorreferencialidad al que como sociedades hemos entrado en juego.

Esto me lleva a pensar que en el fondo es otra muestra de que la idea de progreso la rematamos más y más (en algunos casos, sustituida por la idea de la aceleración) y en cierto modo estamos creando una sensación colectiva de suspensión en el tiempo multiforme, heterogéneo, capaz de ser representado por muy diversas estéticas y perspectivas que no son ya tan lineales, sino complejas como la naturaleza misma.

En cierto sentido, algunas obras retrofuturistas son más bien nostálgicas. Por ejemplo, todas aquellas Steampunk que buscaban encasillarse dentro de ese extraño cajón llamado «Mannerpunk«- pueden presentarse como algún tipo de posicionamiento político -vale, aquí ya digo, cualquier creencia, opinión o visión de cómo sería la manera ideal de organizar la sociedad, su economía y su cultura es, en el fondo, un posicionamiento político. Las utopías son claros posicionamientos políticos (F. Jameson, 2005).

Esto conduce a plantear dos cuestiones, cuando son nostálgicas: por un lado, que en un presente tan tecnocientífico, toda revisión pasticheada hasta el barroquismo de cacharros quizá no sea una idea tan futurista, sino una manera de crear metáforas nostálgicas sobre nuestro presente (vestirlo de victoriano, por ejemplo.

Por otro lado, y reforzando esta primera cuestión, pueden verse como escenario y excusa para rescatar ideas que se han obsoletado, que se han perdido en el tiempo justamente en un mundo supertecnologizado como es el nuestro (pero todo se desvanece rápidamente, todo parece efímero e incierto), gracias a que los retrofuturismos ayudan a crear paradójicamente escenarios atemporales: por ejemplo, volvemos al caso del Mannerpunk. O por este mismo motivo en muchas ocasiones se confunde fácilmente la obra de Neal Stephenson La Era del Diamante, como retrofuturista y Steampunk.

En cierto modo, podríamos entender los retrofuturismos, en una época donde la incertidumbre está al orden del día, y cuando no cumplan una función meramente nostálgica y recreativa, como un recurso creativo y político, y la resignificación de las idealizaciones puestas en un tiempo por ser construido, por llegar, a ser de nuevo no-lugares suspendidos en el tiempo, ucrónicos o anacrónicos, a los que se puede acudir para plantear nuevas preguntas.

Seguramente uno de los libros que presenté hace poco en este blog, la antología «Retrofuturo. Una Mirada a los años 70» podría ser un caso en este sentido.

 

Los retrofuturismos como recurso creativo y político

Así pues, podemos afirmar que en algunos casos los retrofuturismos pueden cubrir una perspectiva muy nostálgica, pastiches que remezclan imaginario futurista del pasado. Cuando esto sucede, además, puede apuntar a un hecho interesante: que el imaginario futurista del pasado acaba teniendo en ocasiones un peso emocional afín a cualquier otro referente del mismo pasado, en tanto que vivimos en una sociedad altamente tecnologizada y contínuamente referencial al progreso (aunque no creamos ya en él, es algo así como por costumbre o inercia cultural). Dicho de otro modo con ejemplos, en algunos contextos da lo mismo apelar a Regreso al Futuro que a Los Goonies.

Mientras, el propio retrofuturismo apunta a otra característica de las visiones de futuro del siglo XXI: el imaginario y las herramientas mainstream para generar nuevas visiones se han quedado obsoletas. Seguramente por la propia falta de expectativas y la incapacidad de imaginar nuevas líneas de cambio más osadas, factibles.

Estamos repitiendo una y otra, y otra vez las mismas ideas: coches voladores, ciudades altamente eficientes y tecnologizadas, colonización espacial, robótica… Así lo hemos repetido durante más de cien años, con pocos cambios, mientras los retos y las dinámicas han cambiado por completo (exceptuando con el caso del cambio climático).

Puede ocurrir en ocasiones que nos preguntemos dónde comienza y dónde acaban los retrofuturismos actualmente: ¿y si va y las Smart Cities que son retrofuturistas? ¿O el miedo a que los robots nos quiten el trabajo debido al anhelo de automatizarlo todo y mejorar la eficiencia? ¿Es Dubai la ciudad retrofuturista?

Así pues, los retrofuturismos, desde un punto de vista no-nostálgico, los propondría como una interesante herramienta de concienciación, de diagnóstico histórico y de deconstrucción creativa. ¿Qué opináis?

La curiosa delgada línea entre la distopía y lo apocalíptico

«Alguien alguna vez dijo que es mucho más fácil imaginar el fin del mundo que imaginar el fin del capitalismo. Ahora podemos revisar esta idea mientras somos testigos del intento de imaginar el capitalismo mediante imaginar el fin del mundo» Fredric Jameson, ‘Future City’, 2003

« Post-apocalíptico (un mundo en el que el apocalipsis no ha acabado sino que ha progresado de un discreto punto de ruptura hacia una afección contínua -en términos Heideggerianos, del Ereignís al Ser- y con una iconografía contemporánea popular siendo Mad Max (1980s) de los pioneros» Florian Cramer ‘What is Post-digital?’, 2013

Es un (aparente) error común que en múltiples conversaciones, en los medios y en nuestro imaginario cultural se confundan e intercambien los términos «distópico» con «apocalíptico», o post-apocalíptico en su defecto. En un principio podría parecer que se debe simplemente a una incomprensión generalizada (o ignorancia y postureo como otros prefieren llamar) de los significados de ambas palabras mientras a su vez, en la cultura popular (películas, videojuegos) ambos conceptos han sido explotados en las últimas décadas, y con especial asiduidad, al máximo, en los pasados 10 años.

Pero existen más motivos por los que esta confusión se repite una, y otra, y otra vez, incluso entre bastantes aficionados al género fantástico (o más tristemente, por editores y profesionales de la cultura que en un principio una espera que sepan usar bien las «etiquetas», como a veces les llaman sin compasión ni escrúpulos).

Si lectora, ahora mismo te preguntas qué diferencias existen entre apocalíptico y distópico, voy a hacer un paréntesis para definirlos un poco.

Como cualquier persona más o menos occidental debe sonarle, apocalipsis se usaba durante mucho tiempo para describir un libro que forma parte del Nuevo Testamento cristiano, y un proceso del que trata el propio libro en el que el Juicio Final llegaba y, resumiendo mucho, el mundo se acababa con posibilidades o atisbos de posible reseteo hacia un nuevo ciclo más espiritual. Ya sabemos aquello de los Cuatro Jinetes, las trompetas, los sellos, los fuegos, un macrojuicio de almas…

Por extensión, apocalipsis se usa por entonces como expresión para describir cualquier tipo de proceso que implique pues exactamente eso, la destrucción del mundo. A lo largo del siglo XX la narrativa literaria y audiovisual se ha ido plagando exponencialmente de esas visiones futuristas: que si de tipo nuclear, que si del espacio exterior (asteroides, alienígenas, viruses), experimentos científicos idos de madre…

Posteriormente algunos creadores pensaron que podría ser buena idea explotar aquello del reseteo, esto es, se acaba el mundo, pero no del todo porque quedan algunos supervivientes. En ocasiones todo va de sobrevivir y re-crear la civilización en duras condiciones, mientras el propio mundo ha quedado bastante esterilizado e insalubre. En otras, solamente es un escenario para un protagonista normalmente tipo individualista,  en un mundo-estética que es como un  reflejo exagerado del «momento contemporáneo».

Esto es lo que viene a ser «post-apocalíptico», donde post- se utiliza en un sentido totalmente histórico, lo que va después de una hecatombe casi absoluta.

Y finalmente ahí tenemos las distopías, las cuales describen sociedades que no es que sean simplemente imperfectas, sino que implican que un oligopolio vive y manda a su gusto sin ética ni equidad a costa de una gran mayoría de población que vive en condiciones infrahumanas y anti-civilizatorias (desde un punto de vista occidental, nuestra tradición de qué es lo correcto democrátivamente). Condiciones que incluyen por ejemplo invasiones exacerbadas a la privacidad, censura radical a la expresión o cohibición del libre albedrío.

Es decir, las distopías no sólo son las representaciones opuestas de las utopías, ese género filosófico o social que arrancó, tal como lo conocemos, en el siglo XV, sino que además son un ejercicio creativo donde las peores prácticas humanas se imaginan en sus versiones más retorcidas y se exhiben con alguna finalidad más o menos política y didáctica. En el peor de los casos, simplemente es una aséptica estética que insufla tragedia de usar y tirar, algo que se ha estilado bastante en la cultura pop, guste o no que lo diga.

En cierto modo las utopías de algunos pueden ser las distopías de otros. Y si además nos da la sensación que nos vamos cada vez más a lo distópico, pues tememos por nuestra propia integridad.

 

Una delgada línea

Esa delgada línea de la que hablo no es sólo que existen obras, literarias o audiovisuales o del tipo que sean, donde ambas ideas (post/apocalíptico y distópico) se combinan, dando lugar por ejemplo a sociedades compuestas por los supervivientes de un mundo que quedó arrasado décadas atrás, que concluyen siendo desigualitarias y problemáticas, o a sociedades que por ser desequilibradas desembocan a su autodestrucción y el fin del propio entorno (por ejemplo, el planeta).

La delgada línea se enraíza en las condiciones y el zeitgeist o espíritu de nuestra época, que justamente insufla suficiente inspiración para que estos híbridos aparezcan, para que tengan suficiente aceptación hasta el punto de que difundimos estas narrativas una y otra, y otra vez. Porque sentimos ver reflejos, herramientas de aviso y algo de concienciación.

Un punto que se considera importante en el auge de las distopías en el imaginario colectivo (Jameson, Zizek, y más), así como de las obras apocalípticas, es el momento en el que justamente las últimas fuerzas para hacer del mundo un lugar mejor para todos parecían haber sido inútiles: justo después de las marchas y movidas del 1968, en 1969 EEUU plantaba su bandera en la Luna para marcar territorio y autoridad frente a la URSS.

Este proceso de, en cierto modo, pérdida de expectativas sobre futuros alternativos, más sostenibles, culminó con la caída de la Unión Soviética a finales de los 80 y principios de los 90. Ahí estuvo rápida Margaret Thatcher por entonces en encuñar como eslógan político su «There is No Alternative» («No hay alternativa» al capitalismo, TINA para los amigos) y que fue puesto en boca de muchos otros políticos.

No es que todo el mundo fuera partidario de las prácticas de la URSS (que había quiénes lo estaban del comunismo como idea, claro), sino que el hecho de que el capitalismo, sobre todo con sus sombras que con el neoliberalismo se alargaban y retorcían más, fuera entonces el único modo imperante cultural, político y económico en el globo, pues como que desanimó globalmente a mucha gente ¿qué otras utopías quedaban ya por imaginarse, que fueran factibles?

Por todo esto es que las fuerzas o motivaciones que han impulsado el «éxito» tanto de las distopías como de lo escatológico (relativo al fin del mundo y de las cosas) son prácticamente las mismas. Y las hibridaciones entre ambos son orgánicas, fácilmente espontáneas.

En la cita de Jameson con la que abría al inicio, se sintetiza completamente la idea: hasta la actualidad, nos ha sido más fácil imaginarnos y desear el fin del mundo como promesa de reseteo del todo, que imaginarnos el fin del capitalismo con lo complejo que eso sería, lo improbable, costoso, y posiblemente proceso violento.

Es por ello que también nos hipnotizamos fácilmente con imágenes post-apocalípticas de ciudades invadidas por la naturaleza, culminando con tendencias como el «ruinporn«. Es por ello que hoy en día, en plena crisis sistémica y proceso de impasse, no confiamos en promesas de cambio, al menos no fácilmente.

Pero poco a poco hay señales de que se están haciendo ejercicios para imaginar nuevas sociedades y mundos posibles, aprovechando, justamente, que estamos en un impasse y aun se pueden mover bastantes fichas en el tablero. Algunos movimientos como en la llamada economía colaborativa (más allá de Airbnb ni Uber) están incentivando este cambio que podrá ir a más seguramente.

Introduciéndonos en la «futurología» del siglo XXI

En la actualidad, y en España como en otros muchos países, nos genera de todo menos indiferencia las proclamas del futuro que los grandes gurúes en tecnología y economía lanzan con bastante frecuencia. Ya sea que nos capturan la imaginación y la esperanza, ya sea que saca nuestros peores temores. Futurología es un término que igualmente está cargado tanto de cierto misticismo o misterio, así como de connotaciones negativas: se vincula o confunde con el ejercicio de los tiradores de cartas y los que practican las llamadas ciencias ocultas. Pero ¿en qué consiste esto de la futurología?

La futurología, que a partir de aquí dejaremos de llamarla así por motivos ya obvios, sino como «estudios de futuros» (porque tal cambio de nomenclatura lleva haciéndose desde hace unos años en EEUU y Reino Unido (Futures Studies))) es un campo profesional bastante más complejo, pero no requiere que sus profesionales tengan dotes psíquicas especiales, ni de una musa de la inspiración que les asista.

Uno de los grandes referentes de este campo, Richard Slaughter, por allá los noventa distinguía entre cuatro tipos de profundidad en el pensamiento futurista (o en el futures thinking, de manera análoga al «design thinking» o al «strategic thinking/pensamiento estratégico»).

Futurismo pop

Forward Woman Artificial Intelligence Robot
Forward Woman Artificial Intelligence Robot

Es el nivel más superficial de futures thinking, y es todo aquello que va desde el puro cuñadismo hasta el límite de cierta obviedad hacia dónde se dirigen las grandes tendencias, sobre todo tecnológicas (pues estamos en un momento muy tecnodeterminista, lo cual en el fondo es un enfoque vago). Cosas como que en el futuro estaremos aun más conectados, los bots y las IAs irán sustituyéndonos en tareas de trabajo o que veremos poco a poco más coches automatizados, es decir, que inundan los grandes medios y las redes sociales en forma de contenidos son formas de futurismo pop. Aunque de esto hablaré en un posterior artículo sobre las expresiones que a continuación utilizaré, estos futuros-pop suelen andar más en el ámbito de los futuros deseables (en muchas ocasiones para grandes corporaciones) y futuros plausibles, no necesariamente del todo probables.

 

Trabajo de futuros orientado a resolver problemas (Problem-oriented futures work)

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Es una versión un poco más trabajada respecto al anterior, pero es la que suele recaer en el mundo empresarial. Son metodologías que ante todo buscan ser ágiles (o simplemente rápidas) para dar respuesta al desarrollo de estrategias, nuevos productos o incluso nuevos modelos de negocio para empresas y grandes organizaciones. Suele estar enfocada a cómo estas organizaciones y la sociedad podría o debería actuar frente a futuros y cercanos eventos y fenómenos de diversos tipos (económicos, tecnológicos…).

Operan desde el estudio de las grandes tendencias que siguen impulsando cambios, y de las tendencias que están emergiendo y creciendo, estudiándolas, analizándolas y trazando posibles escenarios a corto y medio plazo. Es lo que en inglés, porque tienen palabras ya para estas cosas, se conoce como forecasting, así como desde la profesión del análisis de tendencias.

 

Estudios de futuros críticos

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Este es uno de los niveles más complejos de los estudios de futuros. Como indica su nombre, son críticos (entran en práctica métodos de ciencias sociales y humanas, más allá de los métodos que puedan venir del marketing o de las económicas) para indagar y entender cómo y porqué se generan ciertas tendencias, o las problemáticas actuales, y detectar asunciones no cuestionadas, para así ampliar el rango de comprensión y de perspectiva de hacia dónde viran esos cambios.

En los últimos años muchas empresas que ya tenían alguna familiaridad con la «futurología» están optando por este tipo de profundidad, en tanto que estamos aceptando una serie de cuestiones vinculadas a la incertidumbre del presente y del futuro.

 

Estudios de futuros epistemológicos

Este es el nivel más académico de los estudios de futuros, y son aquellos que cuestionan hasta la propia naturaleza del futuro desde diversos ángulos (la física, pero sobre todo la cultura y la sociología), el futuro desde la perspectiva histórica y el impacto de los deseos sociales en su rumbo. Este nivel aparentemente no es atractivo para las empresas, pero sí lo es tanto para los profesionales de este campo, así como para académicos e investigadores, e incluso diseñadores que trabajan con sistemas complejos. Es decir, para especialistas varios.

 

Scott Smith de Changeist, en cambio, reduce la distinción (Internet Age Media Weekend, 2016) a:

  • Future-technic: aquel que tiene una titulación universitaria o técnica en estudios de futuro/futurología, desde másteres hasta incluso PhDs, donde se enseña una metodología, una estructura de trabajo bastante transdisciplinar y compleja. Los sitios donde se ofrecen pueden estar contados con los dedos de las manos (en Malta y Finlandia hacen unos muy interesantes), y en España, por ejemplo, lo más parecido pero que no entraría en esta categoría serían los estudios en análisis de tendencias. En IED Barcelona, cada verano, hacen un MUY recomendable curso, liderado justamente por Scott Smith y su equipazo, en innovación y futuros. Su metodología es alucinante (no se nota nada que me fascina esta gente, disculpad este puntazo personal, pero si alguna lectora andaba buscando esta información, es todo lo que sé hasta ahora)
  • Future-practic: aquella persona que por su perfil profesional toca tangencialmente estudios de futuro, ya sea que trabajan en estrategia empresarial, diseño avanzado o innovación y practican algunas de las metodologías que se usan en los estudios de futuro, y ocasionalmente se enfocan a hacer algo de prospectiva
  • Future-phillics: gente que está simplemente interesada en el futuro, y/o se fascinan por lo que él llama «estéticas del futuro» -todo lo que huele a futurista-, y no distinguen necesariamente entre futuros propuestos por una marca vs un análisis en profundidad con sus implicaciones en el futuro. Suena quizá elitista, pero estamos hablando de niveles de profesionales. Esto sería como comparar entre sociólogos profesionales y titulados vs gente simplemente apasionada por los cambios en la sociedad
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Captura de pantalla del video de su conferencia en Internet Age Media Weekend 2016 (si clicas podrás verlo)

¿Qué hace una o un futurólogo?

Hecha esta introducción sobre los diferentes niveles de los estudios de futuro, relacionados con el nivel de profundidad del trabajo, uno se puede preguntar en qué consiste pues el trabajo de un «futurólogo» profesional. Y se debe decir que no todos los profesionales lo hacen a tiempo completo, por eso (compaginan con consultores, diseñadores…), pero en muchas ocasiones no suelen ser los famosos gurúes de la tecnología.

Lo que suelen hacer los gurúes de la tecnología es, por un lado, expresar lo que desde su intuición estratégica y su experiencia profesional observan y analizan. Por otro lado, no es casualidad que, estando ligados a una marca tecnológica, en estos futuros tan tecno-céntricos además alguno de sus productos suelan tener un papel importante para su desarrollo.

Y no es que vayan a desacertar, pero juega un papel muy importante la influencia psicológica que puede generar una personalidad internacional en estas mentes. Algo así como una fuerza cultural desde la autoridad.

Esto es como en la moda: si alguien de la talla de Karl Lagerfeld dice que para el verano de 2018 se llevarán los plásticos tornasolados aplicados en la ropa, muchos otros diseñadores responderán ante esta «alt-anticipación» creando diseños con plásticos tornasolados, y otros buscarán crear contratendencia para diferenciarse. Esto es lo que se conoce como profecía autocumplida.

 

¿En qué  consiste el trabajo de un futurista, investigador del futuro, o futurólogo profesional?

Startup Stock Photos
Startup Stock Photos

Joseph Volos (2001) propuso un marco de trabajo que más o menos recogía el trabajo usual de estos profesionales. Algo así como para sistematizarlo y normalizarlo un poco más, porque en la realidad es un campo muy dado a la experimentación.

  1. Recogida Inputs, o escaneo del estado del arte. Es el momento en que se investiga de manera ligeramente superficial aquellas transformaciones, situaciones, problemáticas, sobre un entorno o espacio más o menos estratégico, vinculado con el objetivo del proyecto. Se aplican herramientas como el escaneo de tendencias, prácticas etnográficas. En la actualidad esto se hace de manera más abierta al caos -una larga historia para tratar en otra ocasión
  2. Trabajo de prospectiva. Recogidos los datos, se pasa a su análisis, su interpretación (conectar puntos, encontrar conexiones…), y prospección (se lanzan ejercicios como los quizá más conocidos «escenarios de futuro»).
  3. Outputs o conclusiones que se transmiten al cliente (la empresa, la institución que lo haya encargado) con cierto trabajo también de asesoramiento, consultoría y seguimiento
  4. Aplicación estratégica de los resultados

Hoy en día está en contínua evolución esta práctica y sigue acogiendo prácticas algo heterogéneas. Lo esencial es aquí entender que la visión de conjunto y de sistemas, u holística

Están cada vez más en boga métodos y miradas del diseño que ponen énfasis en la participación de otras personas vinculadas con los objetivos o el problema que se desea encontrar solución (lo que hoy conocemos como métodos de co-creación), por ejemplo, así como nuevas miradas críticas a la propia naturaleza del futuro. Que de eso trataré largo y tendido por aquí, en Futuros Quebrados

 

¿Cuáles son las premisas más importantes de los estudios de futuros, o futurología, en la actualidad?

Próximamente hablaremos del Cono de futuros
Próximamente hablaremos del Cono de futuros. Fuente concreta del gráfico desconocida…

Aunque en el imaginario popular queda la idea que el trabajo de un futurista, futurólogo o investigador del futuro es el de «adivinar» con la máxima precisión posible cómo será el futuro. Esto en parte tiene su sentido, pues deseamos como humanos obtener la mayor certidumbre de que estaremos seguros y que podremos anticiparnos a lo que vendrá.

Además, décadas atrás esta tarea podía estar enfocado hacia la predicción mediante metodologías ultra-estadísticas y matemáticas, mientras que hoy en día estas metodologías se consideran totalmente obsoletas (exceptuando en los entornos del Big Data, donde aquella creencia de que todo puede ser medible y calculable mediante lo numérico ha tenido su revival).

Esto se debe, sobre todo, a uno de los cambios de paradigma sobre el futuro más importantes a finales del siglo XX: el futuro no es un destino inevitable, ya escrito de antemano por alguna voluntad divina, sino que es una consecuencia de las acciones del presente, un producto que se construye a cada momento y sólo se puede prever una pequeña parte. Esto se debe, en gran parte, a la revisión y desencanto sobre los futuros obsoletos (paleofuturos) cuyas promesas no se vieron realizadas.

Las premisas más importantes desde las que se parte, hoy en día, suelen ser:

  • No existe UN futuro, sino diversas posibilidades y probabilidades: derivado de lo anterior, no existe un destino inevitbable sino que el futuro se entiende como un espacio que se va construyendo con nuestras acciones e inacciones, así como factores sobre los que tenemos apenas dominio. Además, no existirá como consecuencia un único futuro (exceptuando hasta que se haga presente), sino que ante nosotros tenemos diversas probabilidades y posibilidades. Por lo tanto, y por este motivo, ya no se habla de futuro en singular, sino de futuroS.
  • El futuro no está predeterminado (Voros, 2001, de Amara, 1981): en tanto que el propio funcionamiento del Universo, sus leyes, son indeterminados (no sabemos aun, a ciencia cierta, como funciona exactamente, en parte porque es muy complejo), lo mismo es aplicable a cuando ponemos la mirada sobre las sociedades humanas. Porque además de estar sometidas a las mismas leyes físicas y al entorno, tampoco es fácil describir el funcionamiento de la sociedad a la perfección. Por este motivo, es «infumable» tratar de predecir algo. Más aun en una época que es especialmente variable e incierta, el siglo XXI.
  • El futuro no es predecible (Voros, 2001, de Amara, 1981): se deriva en parte del punto anterior. Pero si fuera determinado ya todo el mundo, igualmente estaríamos hablando de muchísimas variables a tratar para predecir a la perfección el escenario futuro
  • Los resultados del futuro pueden ser influenciados por nuestras elecciones en el presente (Voros, 2001, de Amara, 1981): es un poco redundante repetir esto, pero esencialmente, esto implica que además los futuros no son espectáculos ni productos que debemos esperar como consumidores pasivos, sino que hasta con nuestra inacción, nuestras decisiones, nuestra inversión de esfuerzo o dinero, hacemos que algunas posibilidades puedan ser más probables

Cerrando…

Las profesiones vinculadas a los estudios de futuro y la evolución que en las últimas tres décadas ha visto, alejadas de los que podríamos llamar «futuristas pop», pueden ayudarnos a reflexionar sobre el presente en el que vivimos y sobre todo, acerca de las grandes afirmaciones en nombre de grandes tecnólogos que confiamos en ellas de buenas a primeras.

Tú, yo y entre todos estamos creando el futuro.

 

Para leer más -todo en inglés, nada crítico y avanzado en español (si sabes de alguna web o libro en español que trate estos temas, coméntalo y lo revisaré encantada, muchas gracias de antemano!)

 

Y2K: utopías para el cambio de milenio

2000 fue una cifra que para nuestros tatarabuelos guardaba una gran promesa. Significaba el cambio de siglo y el cambio de milenio*. Durante el segundo milenio (del 1000 hasta al menos el 1900) los europeos habíamos pasado de la Edad feudal al Renacimiento y la colonización del nuevo continente, y de ahí, según los intelectuales, hasta las revoluciones modernas de la ciencia, la sociedad, la política y la industrialización.

El progreso en su máxima potencia. Por eso no es de extrañar que una cifra tan pura (repleta de ceros) significara desde el siglo XIX el futuro (para entender esta última frase, recomiendo la lectura del artículo: Cuando inventamos el futuro).

Una de las ilustraciones de Jean-Marc Côtet de finales del XIX: así imaginaba el año 2000 la sociedad francesa
Una de las ilustraciones de Jean-Marc Côtet de finales del XIX: así imaginaba el año 2000 la sociedad francesa

El 2000 siempre fue sinónimo del futuro.

En la pasada década de los 90 se olía en el aire una emoción compartida de que ese hito especial estaba a la vuelta de la esquina. Una superstición colectiva de que lo dosmilero aportaría mágicamente un salto para la Humanidad, justo cuando las nuevas tecnologías TIC e Internet permitían hacer cosas hasta entonces inimaginables, tales como comunicarse casi a tiempo real con personas de todo el mundo o jugar dentro de mundos virtuales.

Esto se manifestó a través de la estética de una manera especial.

Frecuentemente cuando se trata de definir el tipo de visiones de futuro a finales del siglo XX y XXI la respuesta facilonga es que todo era distópico: los 90 vieron blockbusters como Waterworld (1995) o The Postman (1997) en las que la humanidad sobrevivía tras un apocalipsis nuclear, culminando el siglo con The Matrix (1999), máxima distopía postapocalítpica cibernética. Los 90 es también la década del cyberpunk y el surgimiento, para algunos, del post-cyberpunk.

Más aun, no sólo el cine de ciencia-ficción se plagó del género post-apocalíptico. Películas como El fin de los días (1999), protagonizada por un personaje «Schwarzenegger», tiraban de ese halo del milenarismo tan sobado en los medios de entonces: el 2000 como una de las fechas del Juicio Final.

La realidad es que paralelamente corrían unas esperanzas muy utópicas por entonces, muy marcadas por las promesas que albergaban las nuevas tecnologías como Internet y en parte la Realidad Virtual. Podríamos decir que sería la contratendencia a Matrix: en el XXI estaríamos conectados a máquinas y tendríamos la posibilidad de construir mundos a nuestro antojo, y eso lo iba a molar todo.

Estos anhelos estuvieron muy extendidos en la cultura popular y en la moda de influencia estadounidense. Uno de los iconos secretos a nivel temático y estético podría ser la serie ReBoot (1994-2001).

Se dice es la primera serie de animación 3D creada por completo por ordenador, un proyecto ambicioso para los recursos que había en la época (en comparación con los de hoy en día), que sitúa todo su universo en el mundo cibernético.

Podría decirse que en sí no tenía un argumento muy original: recuerda exageradamente a la propuesta de Tron (1982), en tanto que especulaba con la «vida» dentro de una computadora. Pero aun así, en ReBoot las tramas e historias, así como la estética son más enriquecidas con las nuevas visiones y expectativas de entonces.

Quizá la peculiaridad más interesante de esta serie es que el imaginario de lo cibernético, de los 80 a los 90, había cambiado por completo, al mismo ritmo probablemente que la adopción de los PCs en ámbitos domésticos y laborales, así como de Internet y en la cultura del consumo masificado.

 

Y2K es el nombre con el que actualmente se define las estéticas de este período 1995-2004 aproximadamente. Se caracterizó por:

  • El ensalzamiento de lo artificial y lo relacionado con los robots y las máquinas futuristas, en la moda y el diseño esto por ejemplo se traducía en forma de plástico transparente, materiales translúcidos, telas metalizadas y texturizadas, diseños minimalistas con líneas redondeadas a lo Apple, blancos nucleares Neutrex lejía;
  • El imaginario cibernético (por entonces el término digital no se estilaba tanto como lo ciber) y la mainstreamización de las ciberutopías;
  • Mucho optimismo; no vomitabas arco iris, sino corazones 3D poligonales,
  • Celebración de la «Aldea Global» a lo McLuhan con toques étnicos o tribales
  • Sonidos muy electrónicos y tecno o incluso industriales, repetitivos, en la música,
  • Imaginería cyborg y alien,
  • Mucha influencia de la cultura Rave;
  • Ciberdelia a tope (la creencia de que mediante las nuevas tecnologías se podía alcanzar nuevos estados de conciencia)
  • La velocidad y la aceleración a lo Run, Lola Run (1998) con efectos de desenfoque, delay, fragmentación…
  • Toques retrofuturistas con influencias años 60 y 70
  • Abuso de gráficos generados por ordenador y  surrealismo cibernético

Y2K es el término con el que se conoce en inglés también lo que aquí llamábamos el «efecto 2000», aquello que se decía que el cambio de milenio iba a dar fallos en las máquinas y computadoras porque les costaría interpretar el cambio de fecha (y que luego por lo visto no fue tan apocalíptico como en los noticiarios lo retrataban).

Existe un Tumblr muy interesante llamado «Institute for Y2K Aesthetics» que recoge una cantidad ingente de imágenes y referencias en la música, diseño, moda y cultura popular, que van desde la «life in plastic is fantastic» de Aqua, hasta la primera Apple Store abierta en 2001 y los diseños de los iMac G3, pasando por recortes de revistas para adolescentes con vestidos «prom» plateados y peinados marcados con planchas onduladas, o una moda pre-Matrix repleta de colores neones y el pelo de punta con gel efecto húmedo.

Pantallazo de "Tamagotchi" - Daze (1997)
Pantallazo de «Tamagotchi» – Daze (1997)
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Britney Spears por Jill Greenberg (2000)
Esto no fue exclusivo de EEUU, hasta España pudo ver la gloria del Y2K incluso con discazos como este de Camela "Amor.com"
Esto no fue exclusivo de EEUU, hasta España pudo ver la gloria del Y2K incluso con discazos como este de Camela «Amor.com»
O con anuncios de la nueva lejía potente para conseguir ese look blanco nuclear - Neutrex Futura (2001)
O con anuncios de la nueva lejía potente para conseguir ese look blanco nuclear – Neutrex Futura (2001)

¿Qué es del Y2K hoy?

En torno al propio 2000 y sobre todo en 2001 estalló la burbuja de las empresas punto com, una burbuja especulativa que quizá en España no se habla tanto pero que en el joven Silicon Valley de entonces marcó una sacudida muy importante, con el cierre de empresas que habían subido como la espuma.

El broche final llegó entre aquel 11-S de 2001 y la bajona del optimismo sobre lo cibernético, que no levantaría cabeza aproximadamente hasta el 2005, coincidiendo con el primer congreso sobre Web 2.0

Sin embargo no fue una simple moda que vino y se olvidó para siempre. Y2K es el momento en que las ciberutopías, utopías que sitúan las nuevas tecnologías digitales como palancas vitales para ya no el progreso sino una aceleración «inevitable» para la Humanidad, y el determinismo tecnológico comienzan a tomar una gran popularidad y a calar en nuestra cultura, en nuestras mentalidades.

En 1999 se publicó, por ejemplo, «La Era de las Máquinas Espirituales», libro influyente escrito por uno de los futuristas gurú más «mainstream» por excelencia, Ray Kurzweil (actual director de ingeniería en Google).

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También estas estéticas, que en parte se sustentan en la cultura futurista de los años 60 (esos Pierre Cardin y Paco Rabane, o ese «2001: Odisea en el Espacio» de Kubrik serían sólo unos ejemplos), así como en bastantes ideales del Transhumanismo, siguen manteniéndose hoy en día, con no tantos cambios como podría aspirarse con el aceleracionismo, en keynotes y presentaciones de los futuros corporativos o los «flat-pack futures» de Scott Smith.

Hablo, sí, tanto de los diseños próximos dispositivos, de anuncios donde se muestra la vida feliz del consumidor del futuro de «introduzca aquí la innovación de turno de la corporación del momento» así como de las proyecciones de Smart Cities que parecen sacadas de ReBoot en muchas ocasiones.

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Quizá el caso más alucinante de cómo ha repercutido sea el «revolucionario» smartphone Aló, que se presentó en el pasado CES 2017 (uno de los grandes eventos de tecnología comercial de referencia mundial). Los diseñadores diseñaron este smartphone… entre 1995 y 1996. Esta propuesta trata de responder al momento en el que las interfaces serán sólo de voz gracias a las IAs; es decir, sin pantallas.

Aló, un smartphone presentado en el CES 2017 (con copyright 1996-2017, como son las cosas) que plantea cómo serán los dispositivos en mundo de interfaces sólo por voz e IAs
Aló, sin teclado ni botones, translúcido y transparente, ultra ergonómico. De Jerome Olivet y Phillip Starck

Por otro lado, en algunas «subculturas» de Internet revisionistas como, por excelencia lo es el Vaporwave, o simplemente la nostalgia patente de nuestra posmodernidad han acelerado los procesos de «vintagismo» hasta hacer de lo Y2K la nueva nostalgia. Marcas juveniles como Dolls Kill, sobre todo de EEUU, están plagadas de esta moda. Desde hace un par de años, valga decirse también, las grandes pasarelas están abandonando también la nostalgia y cambiándolas por un futurismo que toma su punto de partida ahí donde se quedó parado, después de una crisis muy distópica, muy retro y retrofuturista.

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DTC 355 – Henry Buehler Obra de estilo Vaporwave
Última colección presentada por DollsKill (febrero 2017)

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Nasty Gal, febrero 2017. Extractos de presentación vía mail de nueva colección «Party like it’s Y2K. Tech yourself out. History repeats itself. Dress accordingly»

 

Ejemplo un poco aleatorio y reciente: Propuestas de baño de TCN en la reciente pasarela 080 BCN 2017
Ejemplo un poco aleatorio y reciente: Propuestas de baño de TCN en la reciente pasarela 080 BCN 2017

*Aun recordaremos aquellas discusiones en los noticiarios sensacionalistas que enfrentaban historiadores, matemáticos y gente en general para discutir si al final era el 2000 o el 2001 el año que marcaba el inicio de milenio. Aquí respetamos el feeling cultural, y que el siglo I d.C. comenzó en el año 0.

 

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Presentación de la antología «Retrofuturo»

El pasado jueves 19 de enero se celebró en la mítica librería Gigamesh una presentación de la antología «Retrofuturo. Una mirada a los años 70», coordinada por Guillem López, publicado por la editorial Cazador de Ratas, y con la presencia de relatos de pesos pesados de la ci-fi dura y género fantástico español como Jesús Cañadas, Marian Womack, Francisco Jota Pérez, Cristina Jurado, Colectivo Juan de Madre, Nieves Delgado, Alfredo Álamo, Tamara Romero, el mismo Guillem López, Sofía Rhei, Juanma Santiago y Layla Martínez.

Ya avanzo que por el momento no lo he leído (la lista de lecturas que tengo atrasada es épica, confieso) pero caerá seguro tarde o temprano porque le tengo unas ganas tremendísimas. Curiosamente, cuando anunciaron el lanzamiento de esta antología, Bruce Sterling también lanzó su -creo- primer libro en solitario exclusivamente retrofuturista (y no Steampunk) «Pirate Utopia«.

Dos obras que ya de por sí pintan muy críticas, justo en el mismo momento en el que los retrofuturismos, capitalizados hasta entonces por el popular Steampunk, parecían de capa caída y retorciéndose en sus últimos breves coletazos de auto-nostalgia.

Esta obra, que como digo, aun no he leído, presenta diversos relatos no sólo situados entre los años 70 y 80, sino además ubicados en España. Esa España del lolailo, de las Grecas y de la Transición de la democracia a un tipo de democracia alguna, o lo que sea actualmente. Es decir, un ejercicio necesario.

Asistí con mucha ilusión a la presentación, las expectativas eran altas en tanto que algunos de los autores me han dejado, personalmente, muy buen sabor de boca: el relato de la antología «Retrofuturismos» coordinado por Womack en ediciones Nevsky de Jesús Cañadas, situado en el anarquismo español del XIX fue brillante, la pluma de Sofía Rhei es especial, o la visión de Francisco Jota Pérez, por nombrar algunas expectativas que ya tenía.

A eso que estoy allí y me secuestran para presentar el tema en un accidentado freestyle. Gracias a Gigamesh que lo emiten y graban todo para la posteridad. Salieron ideas muy interesantes sobre el papel y utilidad cultural que pueden tener los retrofuturismos hoy en día respecto, entre otras cosas, el futuro, y que espero os dé el suficiente impulso para ir a vuestra librería actual y comprároslo (al principio, el vídeo no tiene buen sonido, al cabo de un rato se oye con normalidad). Mis expectativas son aun más grandes y me temo que no decepcionará

 

Cuando inventamos el futuro [Breve Historia del futuro]

“The future is not some place we are going, but one we are creating. The paths are not to be found, but made. And the activity of making them changes both the maker and the destination.” – J. H. Schaar, politólogo

Aquí trataremos en adelante de la visión del futuro a partir de los años 70, y sobre todo en la actualidad. Por este motivo, es bueno tratar por encima un poco de teoría sobre historia del futuro, algo así como hacer arqueología para entender cómo hemos llegado hasta aquí, por qué entendemos el futuro de las maneras que las entendemos. No me detendré con extensión en este recorrido, en la pestaña recursos verás que he dispuesto algo de bibliografía y webgrafía donde la historia del futuro se amplía.

Para hacer arqueología del futuro primero de todo debemos entender qué queremos decir cuando hablamos de futuro. Es una palabra cargada de bastantes significados, puesto que en el porvenir proyectamos deseos, incluyendo el de la predicción de los sucesos, temores y voluntades.

Entendemos que es innato en el ser humano el deseo de anticiparse al futuro: los oráculos de la Antigua Grecia, los augurios romanos, la astrología sumeria y china, los nilómetros egipcios buscando predecir el nivel de crecida del río anual… Todos estos ejemplos se nos presentan como muestras de la voluntad del ser humano de controlar de algún modo su sino.

Ahora bien, existe una diferencia en la manera en la que cada cultura entiende el futuro. Un indicador interesante sobre la visión de éste está en el lenguaje, sobre todo en los verbos. Algunos idiomas como el castellano contemplan tiempos verbales para el futuro variado: tenemos el futuro simple, el futuro compuesto o perfecto e incluso del subjuntivo.

Otros idiomas tienen formas más simples del futuro, como el inglés que deben componerlo (p.e. I will do) y no tiene per se un futuro verbal propio, o el antiguo egipcio. E incluso algunos idiomas precolombinos carecen de tiempos verbales, o la concepción del tiempo es radicalmente distinta a la nuestra (europeos).

Pues, nuestra concepción del futuro tal cual la entendemos es prácticamente exclusiva de las sociedades modernas y contemporáneas, y está enraizada con el ideal moderno del progreso.

Cuando comenzó la Modernidad allá 500 años atrás, quedó implícito que el humano podía ser la medida de todas las cosas (surge lo que conocemos como antropocentrismo, en contraposición al teocentrismo imperante en Europa hasta los siglos XV-XVIII), y que el avance del conocimiento y el uso de la lógica (luego en forma de las ciencias y las tecnologías) eran vitales para cumplir con la propia evolución del potencial de las sociedades humanas. Es por entonces que nacieron las utopías.

Historia breve del futuro

Para hablar del futuro debemos hablar de utopías. La utopía se entiende en parte como un género literario de carácter filosófico y/o político, pero también como una construcción simbólica y cultural donde se vierten deseos y expectativas sobre la ordenación social y política idónea de una sociedad, en forma de espacios geográficos imaginarios (normalmente ciudades o estados).

Thomas More y su libro Utopía (1516) inauguraron en cierto modo este ejercicio, que fue seguido durante los siglos venideros por otros pensadores y eruditos como Tommaso Campanella o Francis Bacon, y satirizado por autores como William Dafoe poco más tarde.

Mapa/interpretación de Utopía por Abraham Ortelius (1595). Vía Wikimedia.org
Mapa/interpretación de Utopía por Abraham Ortelius (1595). Vía Wikimedia.org

Hacia el siglo XVIII  las utopías fueron canalizándose hacia los ideales de una cultura tecnocientífica incipiente (entre las clases más bienestantes) y hacia la primera mitad del siglo XIX algunos pensadores llegaron de algún modo a la hipotesis que del mismo modo que podían ser ideadas, potencialmente podían y debían ser puestas a prueba, experimentadas en la realidad.

Fue la época de las utopías arquitectónicas u organizativas puestas a prueba en lugares como las colonias industriales (siguiendo modelos afines a las ideas de pensadores y políticos como Robert Owen o Henri de Saint-Simon), de la emergencia del socialismo utópico, y sobre todo de la aparición de esos experimentos comunitarios: los falansterios puestos a prueba de C. Fourier en Francia y EEUU, o las comunidades norteamericanas de Étienne Cabet, por ejemplo.

New Harmony de R. Owen, plasmado por F. Bate (1838)
New Harmony de R. Owen, plasmado por F. Bate (1838)

Estos últimos experimentos no tuvieron aparente éxito (los falansterios por ejemplo no llegaban a superar los dos años de existencia). Pero de algún modo se entendía que los esfuerzos políticos podían canalizarse para conseguir ideales futuros mejores. No hace falta mirar tanto a estas tendencias alternativas decimonónicas: la emergencia de la política moderna (esa que nos hicieron estudiar cuando los modelos democráticos modernos se constituyeron allá el siglo XVIII) se basó en canalizar, al fin y al cabo, propuestas y métodos de prosperidad para las sociedades.

En fin, lo importante aquí es que la utopía se movió del no-lugar simbólico al espacio temporal que aun no existía, pero potencialmente sí: el futuro. Es a partir de la Segunda Revolución Industrial que emergen imágenes y relatos sobre el futuro; el género de la especulación científica o ciencia-ficción nace, con raíces profundas en la literatura europea previa, y también se consolidan las ciencias estadísticas dirigidas al pronóstico y predicción, las revistas científicas son una pequeña moda y se rellenan de predicciones en el campo de la demografía, la tecnología y la técnica, la medicina o las ciudades.

Es a partir de esta época (sobre todo finales del XIX y principios del XX) que los grandes ideales del futuro: ciudades repletas de rascacioles y automóviles voladores o más veloces, máquinas de telecomunicación con videoconferencia, viajes y colonización del espacio, robots sirvientes en la guerra, las fábricas y las casas… Cosas de las que hoy siguen llenando contenidos en los diarios y marcando direcciones en las agendas de las grandes tecnológicas.

El resto de la historia del futuro hasta después de los años 50 no tuvo muchas novedades a destacar, en tanto que el género distópico también apareció en el siglo XIX así como la crítica a las bondades futuristas de la tecnología (W. Morris, A. Robida, H. G. Wells), o el temor al apocalipsis venido de las máquinas o un mal uso de la ciencia también (con raíces en el luditismo, en cierto modo M. Shelley estaría ahí).

Acabada la Segunda Guerra Mundial y dado el estado de las diversas economías globales, se consolidan la economía del consumo y la cultura de los mass media (la televisión, cine y radio) como total normalidad, y sistema. Es a partir de aquí que  se multiplica el recurso futurista en la publicidad, como forma de posicionar una marca de electrodomésticos o de telecomunicaciones como estratégicamente muy avanzada (hoy diríamos innovadora).

Mientras, el género de la ciencia-ficción pasaba de su Edad de Oro (esa marcada por Arthur C. Clarke, Isaac Asimov, entre muchos otros grandes) a la Nueva Ola, marcada por una mayor experimentación en el estilo, un mayor tinte crítico puesto en la sociedad y en el futuro, mayor relativismo o incluso llegando hacia el nihilismo, protagonizado por grandes como Ursula K. Le Guin, Frank Herbert, J. G. Ballard o Philip K. Dick.

Y es a partir de los años 70 que aparecen nuevas rupturas en la concepción del futuro, pero de eso hablaremos otro día.